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Apatía ciudadana

jueves, 27 de febrero de 2020
“Tenemos lo que nos merecemos”. Frase que suena muy tópica, pero no por ello deja de ser una verdad aplastante. La frase está directamente relacionada con la llamada “apatía ciudadana” –definida como el estado de indiferencia, pasividad y falta de interés respecto de los asuntos públicos– y, en el fondo, encierra grandes dosis de resignación y oculta cierta actitud de cobardía.
 

¡Vamos huevón que te roban la merienda!, cantaba Celtas Cortos en su Madera de Colleja; y miedo me da pensar que ésta letra de la banda vallisoletana estuviese inspirada en el ardor guerrero de los cacereños.

El pasado viernes 21 de febrero, con escasísima participación ciudadana, se organizó una concentración en defensa del sistema sanitario provincial, nuevamente agraviado con el cierre del servicio de Cirugía Vascular en el Hospital cacereño y la derivación de pacientes a Badajoz (eso, claro está, suponiendo que lleguen); con la falta de personal en radiología, fisioterapia, anestesiología (con suspensión de operaciones programadas) y un largo etc. de clamorosas deficiencias que sobrepasan ya lo inasumible.

Malo es que el consejero Vergeles, por sus actuaciones, no haya sido declarado ya como el enemigo público núm. 1 de la sanidad cacereña: el concierto de ambulancias, el traslado o cierre de servicios básicos y otras pequeñas menudencias sufridas en el medio Hospital Universitario, así lo avalan. Malo es, también, que el Alcalde y el equipo de gobierno de la ciudad (únicos ausentes), se hayan puesto de perfil o hayan decidido que su lugar son los parajes exóticos, y su gestión las macetas de colores o cualquier otra utopía sin trascendencia, en vez de reivindicar las necesidades justas e imperiosas de sus conciudadanos. Y malo es, por último, el desatino de las partes convocantes al hacerla coincidir en fecha y hora con otros actos, conociendo el paño.

Pero lo más penoso, lo más lamentable, es la demostrada y reiterada “apatía ciudadana”. Necesitamos darnos cuenta YA de que los políticos son sólo una parte del problema, la otra parte somos nosotros: los ciudadanos. Y nuestra falta de protesta, nuestra resignación, nuestra cobardía, nos obligará (In perpetuum) a seguir agachando sumisamente la cabeza.

"Cáceres nunca podrá ser diferente, mientras la mayor parte de los cacereños sean indiferentes".

“El Coyote que ayuna”

martes, 4 de febrero de 2020
Porque ese es el significado y la traducción literal de su nombre. Aunque aquí, en Cáceres, le conozcamos por el cariñoso apodo con el que lo bautizamos nada más llegar y al que, dado que estamos por tierras de hijosdalgo, dimos rápidamente apellido añadiéndole su lugar de ubicación.


Es cierto que este soberano chichimeca, por tristes circunstancias, tuvo que cambiar el nombre de nacencia Acolmiztli (felino fuerte) por el de Nezahualcóyotl, pero estoy seguro que en sus setenta años de fructífera vida nunca pudo imaginar que aquí, en una ciudad de provincia, pudiera llegar a ser conocido, simplemente, como “El Indio de Moctezuma”.

Pero Nezahualcóyotl fue mucho indio. Miembro de la realeza prehispánica ejerció el poder durante 43 años. Recibió una completísima educación, que le permitió gobernar a su pueblo con valentía y sabiduría, demostrando toda su sapiencia en el campo de las ciencias, las artes y la literatura. Su amplia formación intelectual se tradujo en una elevada sensibilidad estética y en un gran amor por la naturaleza, que quedaron reflejados no sólo en la arquitectura de su ciudad Texcoco, sino también en sus manifestaciones poéticas y filosóficas.

Reorganizó el gobierno y dictó leyes que fortalecieron al Estado. Encargó la construcción del acueducto de agua potable para México. Ordenó la construcción de palacios, templos, escuelas, mercados, jardines botánicos, aviarios y zoológicos. Supervisó la construcción de caminos, diques y presas. Y aún tuvo tiempo para componer numerosos cantos y poemas, de gran belleza y profundidad de pensamiento, de los que se conservan más de 30: “¿Con qué he de irme?/ ¿Nada dejaré en pos de mi sobre la tierra?/ ¿Cómo ha de actuar mi corazón?/ ¿Acaso en vano venimos a vivir,/ a brotar sobre la tierra?/ Dejemos al menos flores/ Dejemos al menos cantos”.

Su estatua, obra del escultor mexicano Humberto Peraza, fue inaugurada el 9 de octubre de 1992, como testimonio de amistad hacia los pueblos indígenas del Nuevo Mundo, con ocasión del V Centenario del Descubrimiento. Pesa cinco toneladas y tiene una altura de cinco metros. Su coste, incluido portes, fue de 10 millones de pesetas (poco más de 60.000 euros) y fue financiada conjuntamente por la oficina Enclave 92 de la Junta de Extremadura, el Ayuntamiento y la Diputación Provincial.

Mañana, si pasan cerca de este coloso de profunda mirada y pergamino al viento, felicítenlo. Es su cumpleaños.