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Pasado, presente y futuro. Realidad de todos los días.

Que no nos lo cuenten

domingo, 19 de agosto de 2018

Decir, y repetir, que el casco histórico de Cáceres es una auténtica maravilla, como decimos todos, es decir una verdad incuestionable. Como también lo sería decir que, desgraciadamente, nuestra “parte antigua”, es la gran desconocida de un grandísimo número de cacereños.

 



Principalmente, pisamos el casco histórico, bien por razones de trabajo (los menos), o bien para acompañar a amigos y familiares de visita en la ciudad. Y son generalmente éstos, los foráneos, quienes asombrados por el legado patrimonial que se encuentran, nos van descubriendo el singular tesoro, convertido en amalgama de épocas y estilos que se dan cita intramuros. Un gran mestizaje cultural, con importante presencia sefardí, musulmana y cristiana que, en perfecta armonía, constituye un privilegiado conjunto monumental único en España.

Recorrer el casco histórico de Cáceres, es dejarse atrapar por los sentidos, dejarse seducir por la magia que supone escuchar los silencios de sus plazas, calles, esquinas y revueltas. Un silencio místico solamente perturbado por el tañer de campanas o el crotorar de cigüeñas. Es la sensación de encontrarse frente a frente con la Historia.

Una historia prendida en las bellas aristas del duro y patinado granito; en el que portaladas, blasones, ajimeces, yelmos y lambrequines, se trenzan con arrogancia de orgullo feudal, matizado de gracia mudéjar o de esplendor renacentista, como bien describió Muñoz de San Pedro.

Una historia escondida entre sus más de 1250 representaciones heráldicas; entre sus numerosas y variopintas leyendas de Cristos, gallinas de oro, galerías subterráneas, gárgolas y amores imposibles; en los cementerios empedrados que pisamos, o en paredes de restos óseos que tocamos.

Una historia que, en su conjunto, es hoy Patrimonio de la Humanidad. Pero que, para seguir siéndolo, ha de ser antes de los cacereños, como bien se dijo entonces, que somos los primeros que tenemos el deber de amarla, vivirla, respetarla y protegerla. Y, para ello, lo mejor que podemos hacer, sin duda alguna, es conocerla y penetrar en su esencia. Y enseñársela a nuestros hijos; y pasearla; y escuchar el silencio de sus rincones; y disfrutarla; y dejarnos llevar por la magia de la historia que la misma piedra al tocarla nos transmite.

Tenemos una maravilla a nuestro alcance. Que no nos lo cuenten.

Carta abierta

jueves, 9 de agosto de 2018

Estimados hermanos y devotos de la Virgen de la Montaña:


Acabamos de cerrar un nuevo ciclo dentro de la vida de la Real Cofradía de la Virgen de la Montaña. Un ciclo que, para mí, comenzó hace veinte años cuando me incorporé como Secretario de su Junta de Gobierno para culminar, en los últimos diez años, como Mayordomo de la misma. Veinte años a su servicio que han pasado como un sueño, porque no dejan de ser un instante, una gota de agua, en la larga historia de nuestra querida Cofradía.

Durante estos años, he vivido toda clase de experiencias, unas muy gratificantes, conmovedoras, emocionantes, inolvidables; algunas otras, algo más decepcionantes, sin duda, pero que superadas con enorme ilusión, he procurado olvidar rápidamente.

Con todo ello, no dejo de pensar que ha sido un inmenso orgullo, un altísimo honor, haber ejercido como máximo responsable de los destinos de la Real Cofradía y haber contribuido, como Mayordomo, a cumplir con el fin principal que nos marcan nuestros Estatutos Generales: “promover la mayor gloria de Dios y provecho espiritual de sus cofrades y fieles, por el fomento del culto público y devoción a la Santísima Virgen de la Montaña”. Esa era mi principal labor y espero, humildemente, haberla cumplido.
 

No pretendo en estas líneas haceros un balance de mi gestión al frente de la Cofradía, ese tema lo recogen ya las correspondientes Actas de Secretaría; mejor quiero que os quede el recuerdo de un hermano que creyó en un sueño y, para ello, derrochó ilusión, esfuerzo y tiempo, para intentar mantener y agrandar el legado histórico y patrimonial que de sus antecesores recibió.

Por ello estas líneas nunca pueden ser una despedida triste –no puede haber tristeza en la íntima satisfacción del deber cumplido–, más bien se trata de un adiós pleno de alegría y, sobre todo, lleno de agradecimiento. Un agradecimiento que, sin duda, es la memoria del corazón y que no puede permanecer en silencio, porque así no sirve absolutamente a nadie. Por ello, permitidme que comparta con vosotros y haga público, esa gratitud que guardo emocionado en mi corazón:


En primer lugar, a los hermanos de la Real Cofradía que me dieron su confianza, en dos ocasiones, para ser Mayordomo. Gracias por vuestro apoyo, por vuestro respeto, por vuestros ánimos, también por vuestras críticas –cuando éstas han sido fundadas–, ya que las mismas nos hacían aprender y engrandecernos. Pido sinceras disculpas por mis errores –que como humano debo de haber cometido– y a todos aquellos que hayan podido sentirse disgustados u ofendidos por alguna de mis decisiones o de mi forma de proceder. Nunca fue mi intención hacer daño a nadie, os lo aseguro, al menos conscientemente. Por eso os pido también vuestra benevolencia, porque sólo busqué lo que entendí era mejor para la Real Cofradía.

Gracias a mis queridos Antonio Fdez. Borrella y Joaquín Álvarez, y al resto de compañeros de Junta de Gobierno, a todos sin excepción, porque sin vuestra entrega, capacidad e ilusión, no hubiera sido posible todo lo realizado. Gracias por vuestra amistad, vuestra paciencia, vuestro tiempo y, sobre todo, por vuestro amor a la Santísima Virgen.

Mi agradecimiento eterno al Excmo. y Rvdmo. Sr. Don Francisco Cerro Chaves, Obispo de la Diócesis de Coria-Cáceres, en quien siempre encontré comprensión, aliento, confianza y mediación para atender las necesidades de la Real Cofradía de la Virgen de la Montaña.

Gracias, a Don Florentino y a Don José María, por tantos años de dedicación y entrega, que sin duda han ayudado a enriquecer la vida espiritual del Santuario.

Mi agradecimiento a las Camareras, Pilar, Julita, y al Grupo de Ornato encabezados por Pilar y Martina. Vuestra desinteresada dedicación tendrá su recompensa un día y mi reconocimiento siempre.

Mi reconocimiento a los empleados de la Real Cofradía, Cristina, Charo, Luis, Ramón..., por vuestro trabajo y desvelos, más allá de la mera retribución económica.

Mi agradecimiento al Cabildo Catedralicio y a todos los Pregoneros, Sacerdotes y Predicadores del Novenario, que se han distinguido por dar mayor solemnidad y esplendor a nuestros Actos, especialmente los de culto.



Gracias a todos los que han estado siempre dispuestos a colaborar con la Junta de Gobierno, formando Comisiones o Asesorando nuestro quehacer, a sabiendas que su trabajo y esfuerzo contribuía al engrandecimiento de la Cofradía. Mi especial reconocimiento a aquellos hermanos que, dando un paso al frente, se ponen a disposición de la misma, sin esperar a que le llamen, sin esperar nada a cambio, con el único y sincero propósito de colaborar y de aportar su granito de arena a este proyecto común que se llama Cofradía de la Virgen de la Montaña.

Mi agradecimiento a las Comunidades de Religiosas: Clarisas, Jerónimas..., que colaboraron en nuestras restauraciones o en nuestros eventos solidarios.

Gracias por todas las donaciones recibidas y ofrecidas a la Virgen de la Montaña como prenda de amor filial. De las más lujosas a las más modestas. De los mantos y tocas preciosamente elaborados a los más sencillos versos escritos en un trozo de papel cuadriculado. Gracias a los que entregaron donativos y a los que nos donaron el trabajo de sus manos. En todas ellas va el mismo cariño y la misma fe.

Gracias a las Cofradías cacereñas, a las que siempre hemos abierto brazos y manos en prueba de fraternidad. Especialmente a las que nos hicieron Madrina de sus Titulares Marianas: Dulce Nombre, Estrella y Rosario.
 

Mi reconocimiento a las Instituciones públicas y privadas por su colaboración. A los medios de comunicación, a los poetas, cantores y escritores y a cuántos nos ayudaron, y ayudan, a difundir nuestro mensaje y ponen voz a la devoción de todo un pueblo. En definitiva, mi agradecimiento sincero, cordial y sin doblez alguna a todos aquellos que bajo el denominador común de devotos de la Virgen de la Montaña, regalan su apoyo e infunden ánimos a esta Real Cofradía. Una Cofradía que nació hace 383 años y que hoy se mantiene debido al amor de una ciudad, Cáceres, que se enloquece de júbilo por su Patrona y cuyos hijos, nacen, viven y mueren agarrados, fuertemente, al Manto de la Virgen de la Montaña.

Mi eterno agradecimiento a mis padres, que me inculcaron este apasionado amor que siento por Nuestra Virgen de la Montaña. Y a mi familia por su tiempo, su paciencia y apoyo. Y a las familias de cuántos han dedicado y dedican su tiempo a trabajar por esta Real Cofradía. Sin ellos, que comparten nuestros éxitos y alegrías, nuestras preocupaciones y pesares, nada sería posible.


Mi recuerdo para todos los cofrades que se nos fueron y que hoy descansan bajo el Manto protector de la Virgen de la Montaña. Especialmente para aquellos que, sin duda alguna, se convirtieron en Angelotes de la Virgen para seguir prestándome su ayuda, mis queridos José María Belloso y José Maria Romero.

Mi mejores deseos de éxito para el nuevo Mayordomo y su Junta de Gobierno, a la que ruego le prestéis todo vuestro apoyo y colaboración a fin de que nuestra Cofradía siga siendo ese importante referente.

Y mis últimas palabras, para Ella, para Nuestra queridísima Virgen de la Montaña, ante cuya amable sonrisa, su atrayente mirada y su Santo Nombre, sólo me queda callar.


 Que Ella nos bendiga a todos.

Joaquín Manuel Floriano Gómez.
Mayordomo (2008-2018)