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¿Honorables? Las ratas no tienen honor

jueves, 23 de noviembre de 2017
Son simplemente ratas. Y como tales, dignas de desprecio. De pelaje espeso (cómo no), habitan en los entornos urbanos. Son omnívoras, es decir, comen de todo y vorazmente. Y son capaces de contaminar mayor número de alimento del que ingieren. Tienen facilidad de reproducción, extraordinaria vitalidad, capacidad de adaptación, orientación y flexibilidad para introducirse en cualquier sitio. Son ciertamente astutas, persistentes y amantes de trabajar organizadamente. Llegan incluso, a utilizar la intimidación, camuflada de falso pacifismo, para enfrentarse a animales de mayor tamaño.

No pueden distinguir colores, son daltónicas, aunque curiosamente el amarillo puede llegar a atraerlas. Gustan mucho de la especiación o separación de su especie, algo que les viene rondando desde hace más de 2,5 millones de años. Les gusta causar el caos a su alrededor, ya que compiten con las especies autóctonas del lugar por el alimento, destruyendo aves, polluelos, huevos y nidos que vivían en paz y en armonía hasta su fatal llegada.
 

Si bien las más grandes acaban imponiendo su poder, gustan de rodearse de otras ratas menores u oportunistas con quienes, en ocasiones, llegan a asociarse para seguir esquilmando el normal funcionamiento de las urbanizaciones que habitan.

Son vectores transmisores de enfermedades infecciosas y contagiosas. Algunos autores las citan como las causantes, entre otras, de la peor plaga de la historia, la peste negra, en el siglo XIV.

La erradicación de las ratas, una vez establecidas en un lugar, es extremadamente difícil. Y es fácil entender por qué: durante muchos años, se han ido creando las condiciones perfectas para su bienestar. Se han asentado al calor y protección de distintas conveniencias y, lógicamente, han ido prosperando. Y ahora, representando un gran potencial de contaminación, se han convertido en compañeras indeseadas para el conjunto. Posiblemente, se tengan 155 medios para su erradicación, pero igual no son suficientes, porque han creado y desarrollado en el tiempo una gran resistencia genética, donde su natural antídoto es más poderoso que cualquier raticida. Al final, veremos a ver si, como en el cuento, no será necesario otro Flautista de Hamelín.