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Pasado, presente y futuro. Realidad de todos los días.

Santa y Feliz Navidad

viernes, 25 de diciembre de 2015
La Navidad es el calor que vuelve al corazón de las personas, la generosidad de compartirla con otros y la esperanza de seguir adelante.

¡Feliz, Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerde al abuelo las alegrías de su juventud, y le transporte al viajero a su dulce hogar!



En los países occidentales se celebra tradicionalmente el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. Las costumbres varían, aunque muchas, como el árbol de Navidad y el intercambio de regalos, están bastante difundidas. Por otro lado, los cristianos de las iglesias ortodoxas celebran la Navidad el 6 y el 7 de enero, y la iglesia armenia el 18 y 19 del mismo mes.

En realidad los evangelios no dan la fecha exacta para el nacimiento de Cristo. Sin embargo, según el texto de los evangelistas es improbable que haya sido en invierno, pues los pastores de la región permanecen en los campos sólo entre primavera y otoño.

Más aún, no se conoce con exactitud el año, pues según los evangelios tuvo lugar durante un censo romano, y no hubo censo en el primer año de la era cristiana. También se menciona el reinado de Herodes, pero durante su reinado no se realizaron censos. La incertidumbre aumenta al sustituirse en el año 325 el calendario juliano, utilizado en el Imperio Romano, con el Gregoriano, que es el que usamos actualmente. Los romanos contaban los años a partir de la fundación de Roma en el año 753 antes de Cristo, pero el monje Dionisus Exiggus tomó erróneamente esta fecha como el 748 a. de C. El error no fue detectado hasta mucho después de la introducción del nuevo calendario, por lo que la fecha del nacimiento de Cristo sería cinco años antes de lo que se creía. Pero esta fecha también contradice el dato de los censos romanos.

El 25 de diciembre fue definido como la Navidad en el siglo IV, más exactamente en el año 345, por influencia de San Juan Crisóstomo y de San Gregorio de Naciaceno. Según muchas versiones esta fecha se eligió para sustituir muchas festividades de origen pagano, como las Saturnales, celebradas por los romanos en honor de Saturno, quien presidía la agricultura. En esta época se celebraban grandes banquetes y muchos espectáculos.

Otros opinan que la fiesta a sustituir era el solsticio de invierno, cuando los días empezaban a alargarse. Esta celebración era llamada "Natalis Solis Invicti", el nacimiento del Sol Invicto. Otro probable motivo era para reemplazar la fecha de nacimiento del dios Mitra, uno de los más importantes de la mitología zoroastriana, la cual tuvo mucha influencia en el Imperio Romano.

De esta manera se remplazó una festividad pagana por una más acorde con la religión cristiana. Desde entonces, en los países de occidente se celebra cada 25 de diciembre como la fecha de la Navidad.

Feliz y Santa Navidad para todos.


Especialmente para ti.

martes, 22 de diciembre de 2015

Cuando aún resuenan los ecos de la jornada electoral y en vísperas de una cantarina e ilusionante mañana, (la que realmente puede cambiar tu vida), quiero acordarme de ti y dedicarte este artículo.

Si, ya sé que dirás que no eres nadie, que eres uno del montón y que hay gente mucho más importante que lo merezca. Pero no. Ten por seguro que nadie lo merece más que tú.

Porque mientras ellos se enzarzan en batallas inútiles sobre cómo paliar las necesidades alimentarias actuales, tú, calladamente, dedicas una parte de tus recursos para llenar y donar carros de alimentos. Mientras ellos discuten inútilmente sobre los derechos de la infancia, sobre la cooperación al desarrollo y sobre ayuda a los refugiados, tú, calladamente, te apuntas de cooperante ofreciendo tu dinero, tus manos y tus conocimientos de forma efectiva. Porque mientras ellos se echan en cara las ayudas a la dependencia y la atención a nuestros mayores, tú, calladamente, te revistes con tu chaqueta de voluntario para levantar, asear, alimentar o  acompañar a los que un día nos dieron todo lo que somos. Mientras ellos nos regatean míseras subidas de sueldos o juegan con la hucha de las pensiones, tú, calladamente, estiras y estiras el tuyo para cubrir a tu gente y, malviviendo, seguir sobreviviendo. Porque mientras ellos presumen y hablan de emprendedores y de oportunidades para los jóvenes, tú, calladamente, consuelas a ese hijo que poco a poco va perdiendo su ilusión de encontrarlas. Porque mientras ellos siguen inmersos en continuas sospechas de corrupción, tú, calladamente, entregas ese sobre con dinero que te encontraste y que alguien perdió. Porque mientras ellos se proclaman vencedores de debates inútiles, tú, calladamente, piensas que gane quien gane, siempre perdemos los mismos. Y porque mientras ellos siguen viviendo en su privilegiado mundo, defendiendo exclusivamente lo suyo, tú, calladamente, sigues acercándote a las urnas, con la ilusa esperanza de que alguna vez cambien y se conviertan en verdaderos servidores del interés general.  

Para ti, que te dedicas a dar trigo, en vez de a predicar, va dedicado este artículo y mis mejores deseos para estas fiestas.

 

La inutilidad del Senado.

sábado, 28 de noviembre de 2015
Debo de confesar que, como a una gran mayoría, cada vez que oigo hablar del Senado, siempre me viene a la mente la misma pregunta: ¿Es una Cámara inútil por falta de funcionalidad real o inútil por la calidad de los miembros que la conforman?

 

 
Si hablamos de lo primero, vemos como la representación territorial se va estableciendo cada vez más en el Congreso donde, a tenor de los debates televisados, desgraciadamente se habla más de cuestiones particulares que del territorio nación y del interés general. Además, contamos con las Asambleas Legislativas y la Conferencia de Presidentes.

Si hablamos de lo segundo, y vistas las incorporaciones por designación autonómica o imposición partidista, parece también obvio su inutilidad. Cada vez hay más, perdóneseme el término taurino, “desechos de tientas”. Es decir, aquellos políticos que perdieron la confianza de sus electores y, en vez de entender que los mandábamos para su casa, por caducos, presuntos sospechosos o, simplemente, inútiles para la cosa pública, se catapultan a instancias superiores, para sestear a costa del erario público. Uséase, a costa de todos nosotros. Dado, además, que muchos de ellos ni tienen, ni han tenido, más ocupación conocida.

Sin más esfuerzo en la vida que el de saber posicionarse, reciben cuantiosos salarios (muy por encima de prestigiosos profesionales que tienen cada día que currarse su plaza), enormes complementos (por sestear en sillón más alto), escandalosas indemnizaciones (por vivir en Madrid o tener el detallito de venir a Madrid), el pago de sus viajes, por tierra, mar y aire (muchos de ellos, sin sentido alguno y absolutamente privados o particulares, como hemos conocido), dietas, consumo de taxis, móviles, internet, ordenadores, tabletas y, en algunos casos, personal de confianza, imagino que para que vele sus sueños. Y, al final del letargo, la garantía de una pensión máxima. Estoy seguro que, ni el mejor de los alucinógenos garantizaría esta visión.

¿Entiende usted ahora por qué ninguna de las mayorías absolutas que hemos tenido, tanto de un signo como de otro, ha querido eliminar el Senado? Efectivamente: ninguno está a salvo de ser, algún día, “desecho de tientas”.  


Donantes: Héroes Anónimos.

martes, 3 de noviembre de 2015
La donación de sangre constituye la máxima expresión de generosidad, altruismo y solidaridad. Donar sangre es compartir tu propia vida, pero también es el acto más idílico de egoísmo. Dar primero, para quizás recibir mañana. Porque ninguno de nosotros sabe en qué momento de la vida, podrá necesitar sangre. Y ¿por qué acordarnos de lo que pudimos hacer y no hicimos?
 
Como todos sabemos, cada día, decenas de pacientes en nuestros hospitales salvan su vida o recuperan su salud gracias a la transfusión de sangre y derivados. Actualmente, en la medicina moderna, los tratamientos de cáncer, la cirugía compleja, los accidentes de tráfico, los trasplantes de órganos, y un largo etcétera, serían imposibles sin transfusiones. Y detrás de todos estos avances médicos, se encuentran miles de donantes anónimos que hacen posible que muchos de nosotros aún tengamos esperanza.

Pero no debemos caer nunca en el conformismo de que ya hay suficiente. Pensar que los Bancos de Sangre tienen cubiertas sus necesidades, sería bajar imprudentemente la guardia. La donación no sólo es necesaria en las grandes catástrofes, que también, como así lo hemos visto y sufrido en nuestra historia reciente. Se hace más necesaria, si cabe, en el devenir diario. Basta darse una vuelta por nuestros Hospitales para observar la cantidad de pacientes enganchados a esas bolsas rojas llenas de vida. Por eso las campañas de captación de nuevos voluntarios se hacen imprescindibles. Concienciar en la donación, es apostar sin duda por el Club más exclusivo: el de los héroes anónimos, que con su generosa cuota roja y cálida, salvan a diario millones de vidas.



El pasado día 25 de octubre, el Obispo de Coria-Cáceres, proclamó al Santísimo Cristo de la Salud, ubicado en el Santuario de la Montaña, Patrón de la Hermandad de Donantes de Sangre “San Pedro de Alcántara” de Cáceres.

Confiamos que el Stmo. Cristo brindé su protección a quienes de forma anónima, heroica y desinteresada, entregan una parte de sí mismo a los demás, repartiendo salud a través de sus gotas solidarias de vida.

 

Primer paso

viernes, 23 de octubre de 2015
Qué mejor lugar, para iniciar esta nueva aventura de contador de cosas, que desde la Plaza Mayor, punto de enlace entre la muralla con el exterior y, en nuestro caso, foro de opinión que da título a esta sección.

 

 
Una Plaza Mayor, la nuestra, que como cualquiera otra de cualquier otro lugar, ha sido revestida para múltiples usos, en función de los caprichos y necesidades de la época: plaza de ferias, plaza del mercado, campo de justas y torneos, coso taurino, recinto deportivo, plaza de exposiciones... Una Plaza Mayor, la nuestra, que como cualquiera otra de cualquier otro lugar, ha sido testigo de multitud de sueños; de tratos, donde un apretón de manos era ley; preludio de noviazgos y casamientos; eje central de pasos perdidos, donde el viaje a ninguna parte te permitía ver y ser visto; lugar de reunión y concentración, de personas y cosas, incluso de manifestación; lugar de recibimientos, de encuentros y desencuentros; lugar de intercambio; punto de inicio de tantas y tantas cosas... Una plaza mayor, la nuestra, que como cualquiera otra de cualquier otro lugar, ha vivido momentos de jolgorio, de júbilo; y momentos de silencio, de desconsuelo, de tristeza -imposible olvidarte, Miguel Angel Blanco- donde las lágrimas sinceras de los que allí estuvimos, desembocaron en un único mar de esperanza, de blanca esperanza, con el deseo de que, esta sinrazón, fuera la última.

Una Plaza Mayor, la nuestra, que, cuál vedette con vocación de permanencia, ha sido sometida a varias intervenciones de estética con el fin de alcanzar, cuál fuente de vida, la dicha de la eterna juventud. Y, cuando parecía que, ¡por fin!..., ahora le niegan la luz, el agua y la frescura necesarias para seguir creciendo, para seguir siendo referente y, sobre todo, para demostrarle ese respeto que bien tiene ganado a lo largo de su historia.

Qué mejor lugar, por tanto, para dar el primer paso del camino que iniciamos, gracias a la deferencia del equipo del Diario Hoy.

Con mucho gusto nos vemos por la Plaza, por nuestra Plaza.


Así de claro y así de simple.

lunes, 20 de julio de 2015


Dicen mis amigos y conocidos que, últimamente, estoy más batallador, más guerrero que de costumbre. Quizás, no les falta razón.

Y es que, como cantaba Serrat: “...harto ya de estar harto, ya me canse...”.

Sí, me cansé, y mucho, de que se confundiera prudencia por cobardía; representatividad por otorgamiento; y lo políticamente correcto por sumisión.

Tal es el volumen de idiocia que nos rodea y una, casi nula, capacidad de discernimiento.

Por otro lado, estoy en un etapa de mi vida en la que nada espero, nada busco y nada me somete a determinada disciplina (todos sabrán entenderme). Y esto me permite ciertos privilegios, entre otros, el de utilizar mi libre pensamiento, con las únicas líneas rojas que me imponen el respeto y la educación recibidas.

Por todo ello, y acordándome de mi padre una vez más, creo llegado el momento de actuar conforme a los versos de uno de sus poetas favoritos, Ángel Marina, cuando decía: “...y es que no puedo callar por más tiempo mis sentires...”.

Así de claro y así de simple.

Jesús de la Humildad

domingo, 29 de marzo de 2015

 
Este sábado por la noche, tuve la ocasión de vivir un momento muy especial.

El Hermano Mayor de la Hermandad de Nuestro Padre, Jesús de la Humildad y María Santísima del Dulce Nombre, conjuntamente con el capataz del Paso, me cedieron el “llamador”, para que lo descargara por tercera vez procediendo a la “levantá” del Paso de Jesús.

Fui invitado a ello como Mayordomo de la Real Cofradía de Ntra. Sra. la Stma. Virgen de la Montaña, Madrina de la Bendición de la Imagen de María Santísima del Dulce Nombre y Esperanza.

Sirvan estas líneas, para agradecer a todos los componentes de la Hermandad de la Humildad, la deferencia que han tenido con la Cofradía de la Montaña: La invitación del Hermano Mayor; las palabras dedicadas por el capataz; el esfuerzo destacado de los costaleros, que quisieron juntar ambas Imágenes en el cielo; y el saludo y reconocimiento de los hermanos que escoltaban y daban luz a la Imagen.

A todos, muchas gracias.

El cuarto Mago de Oriente

jueves, 8 de enero de 2015
Podemos imaginarnos a Artabán (que así se llamaría el cuarto Rey) en el vigor sereno de la treintena, aplacados ya los ímpetus juveniles, cuando descubre, entre el alfabeto vertiginoso de la noche, la estrella que anuncia al Mesías.

 

 
Artabán es cetrino de piel, de rasgos ávidos y ojos muy oscuros, calcinados en el escrutinio celeste. Sobrevive en las soledades del monte Usiíta, donde se dedica a desentrañar los oráculos de Zoroastro que pregonaban el advenimiento de un Socorredor que “hará la existencia radiante, sin envejecimiento, inmortal, incorruptible, inmarcesible, eternamente próspera” (Himno Zamyad Yasht 19,89-93).

Artabán ya se dispone a seguir el itinerario de la estrella cuando, hasta la falda del monte Ushita, llegan emisarios de Melchor, Gaspar y Baltasar, sus amigos babilonios, citándolo en Borsippa, la ciudad sagrada del dios Nabu, en cuyo honor los antiguos habían erigido un zigurat de siete pisos, demolido por la insania de los medos.

Antes de partir a Borsippa, Artabán elige cuidadosamente las ofrendas que depositará a los pies del Socorredor: un diamante de la isla de Méroe, que repele los golpes del hierro y neutraliza los venenos; un pedazo de jaspe de Chipre, amuleto que infunde el don de la oratoria; y un rubí de las Sirtes, cuyo fulgor disipa las tinieblas del espíritu.

Artabán espolea su caballo, sin dejarlo abrevar en las afiladas aguas del Éufrates, y cabalga sin descanso hasta que, a las afueras de Borsippa, se tropieza con un hombre agonizante y desnudo. Se trata de un comerciante que ha sido desvalijado por unos ladrones y después vapuleado hasta la extenuación. Artabán lava con vino sus heridas y entablilla sus huesos tronzados. Cuando, horas más tarde, el viajero recupere la consciencia y confiese que los ladrones lo han desposeído de todos sus caudales, Artabán se apiadará de él y le regalará el diamante de Méroe que reservaba para el Socorredor.



 
Cuando llega a Barsippa, la noche ya desciende como un inmenso párpado acribillado de luciérnagas. Artabán sortea la sombra enhiesta de los obeliscos, el ruinoso desorden de los templos sin culto, y rodea las paredes del decrépito zigurat en cuyo interior podría haber anidado el Minotauro. En un zaguán descubre un pergamino con una inscripción todavía reciente: “Te hemos esperado en vano. No podemos dilatar más nuestro viaje. Síguenos a través del desierto. Que la estrella te guíe”.

Azuza su caballo, que responde con un resoplido de agonía: los espumarajos asomaban a sus belfos, y en su mirada se avecina la muerte. Artabán acaricia los ijares todavía humeantes de su montura y prosigue el camino a pie. El desierto, más infinito e intrincado que cualquier zigurat, acoge sus pasos y lo increpa con tormentas de arena que apuñalan su rostro y su fortaleza. Aunque las huellas de la comitiva de Melchor, Gaspar y Baltasar se han borrado, no extravía su rumbo, gracias al resplandor insomne de la estrella.

Cuando, andrajoso y famélico, llega a Belén de Judá, Artabán no encuentra señal alguna de los magos que le han precedido. En su lugar, se topa con la crueldad desatada de Herodes, que ha ordenado el exterminio de los varones recién nacidos, para combatir los augurios que lo asedian. Con innumerable espanto, Artabán contempla el exterminio de los inocentes, y se abalanza sobre un soldado que se dispone a saciar la sed de su espada en la sangre de un niño que aún no ha aprendido a llorar. A cambio del rubí que reservaba para el Socorredor, logra aplazar la furia del soldado, pero un capitán de Herodes lo sorprende en plena transacción, y ordena que lo encierren en las mazmorras del palacio de Jerusalén, donde Artabán padecerá una condena interminable de más de treinta años, millonaria de padecimientos que van apolillando su organismo y también su cordura.

 

 
En medio de las tinieblas de su encierro, aún acertará a escuchar rumores sobre un Galileo que sana a los enfermos y alivia los corazones atribulados. Confusamente, intuye que ese Galileo debe ser el Socorredor que un día remoto quiso honrar con sus regalos.

Artabán, agotando las últimas reservas de lucidez, escribe al procurador Poncio Pilatos, suplicando la redención de sus culpas. Cuando por fin le es otorgado el perdón, Artabán fatiga las tumultuosas calles de Jerusalén tambaleándose como un resucitado, con los ojos nublados de sol y los labios huérfanos de saliva. Una riada de gentes se dirige al Gólgota, para presenciar la crucifixión de un profeta que ha osado blasfemar contra Dios, según el veredicto del Sanedrín.

Artabán se deja arrastrar por la multitud, pero se detiene a recuperar el resuello en una plaza protegida de la inclemencia solar donde se está subastando como esclava a una doncella de cabellos de fuego, esbelta como el agua subterránea. Artabán, hondamente conmovido, escarba entre sus andrajos y se decide a comprar la libertad de la muchacha con el pedazo de jaspe que ha custodiado, durante más de treinta años, con la exigua esperanza de podérselo entregar algún día a ese escurridizo Socorredor responsable de su infortunio. La muchacha besa sus arrugas y sus labios ardidos de decrepitud, en señal de agradecimiento, cuando, de repente, la tierra tiembla y el velo del templo se rasga y los sepulcros se abren y una piedra golpea en su caída a Artabán, que entre las telarañas de la inconsciencia aún acierta a vislumbrar la figura de un hombre que aproximadamente tiene la misma edad que él tenía cuando, para su desgracia, abandonó las laderas del monte Ushita.

Artabán contempla las facciones pacíficas de aquel hombre, su mirada sufriente y sin embargo impávida, y escucha su voz descendiendo como un bálsamo: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. Artabán parpadea, perplejo o desmemoriado: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, pregunta, a punto de desfallecer, mientras se mira las manos vacías de rubíes y diamantes y pedazos de jaspe, como una cosecha esquilmada. La muerte ya le borra la respiración cuando el hombre de voz como un bálsamo le susurra: “Cuanto hiciste por hermanos, lo has hecho por mi”.

Y Artabán, el cuarto mago de Oriente, se fundió con las estrellas en cuyo escrutinio había calcinado la juventud.