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"La palabra dada"

lunes, 13 de enero de 2020
El primer acto de comunicación de la vida humana comienza con el llanto. Así expresamos el hambre, el frío, el sueño o el dolor. En algún momento, en el transcurso hacia el nacimiento de la conciencia, aparecerá la palabra y, a través de ella, podremos articular frases, transmitir deseos, necesidades, sensaciones, sentimientos o vivencias. Es la palabra la que empieza a separar, a crear, a afirmar la diversidad, la alteridad, la conciencia y la identidad. La palabra le da un significado a la existencia del hombre, es la imagen de su ser interior, el resultado de la dinámica de sus diálogos internos y nuestra principal tarjeta de presentación. Por tanto, el valor que demos a nuestra palabra, definirá quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás; definirá nuestra credibilidad, nuestra moralidad y el grado de confianza que merecemos.


Decía Kant que "la palabra dada manifiesta la capacidad humana de afirmarse, a pesar de todas las coacciones materiales". De igual modo, Chesterton, afirmaba que “el hombre que hace una promesa se cita consigo mismo en el futuro, si bien, cuando llegue ese momento, será otra persona diferente, que no se reconocerá con el que se ha comprometido”. Ya no creemos, como Plutarco, “que la palabra empeñada no debe dejar lugar a reflexiones”. Buscamos siempre un resquicio para burlarla, burlándonos así de los demás y de nosotros mismos.

Hasta no hace mucho, si tenías palabra eras un hombre de honor, una persona confiable en todos los sentidos. Hoy en día, es evidente que el valor de la palabra dada cotiza claramente a la baja, máxime en la escena política, donde las palabras suenan vacías y la deslealtad hacia ellas es tan indecente como insolente.

¿Cuántos candidatos han empeñado su palabra, en promesas incumplidas? ¿Cuántos han faltado a la palabra dada, retorciendo argumentos y matices para apoderarse de la razón? ¿Cuántos de ellos han deformado su propia conciencia, hasta hacernos ver que somos los demás los que no entendemos? ¿Cuántos han preferido perder una dignidad -que igual ya ni tenían- con tal de conseguir, a cualquier precio, su personal objetivo? Si de forma sistemática incumplen su palabra, ¿con qué autoridad moral podrán pedirnos que confiemos en ellos? Con ninguna. Porque han dejado claro que, cuando se prioriza las ansias de poder, es muy difícil encontrar honor. Ese honor que daba el cumplimiento de la palabra dada.