Top Social

Pasado, presente y futuro. Realidad de todos los días.

Ingratitud

jueves, 20 de enero de 2022

Podemos definirla como el desagradecimiento, olvido o desprecio de los beneficios recibidos; o, simplemente, como la falta de agradecimiento o reconocimiento hacia las demás personas.

 



Es cierto que la peor y más dañina, tanto a nivel material como sentimental, es la ingratitud de los hijos con los padres, pues muchas veces les recompensan todo lo que hicieron por ellos, con sufrimientos inmerecidos e innecesarios y olvidándose, incluso, hasta de cumplir con sus obligaciones filiales. Pero, por desgracia, la ingratitud tiene mil rostros y no es exclusiva de un ámbito concreto. Puede darse en todas las áreas o actividades de la sociedad. En las relaciones personales, generalmente, no nos acordamos de quién nos abrió las puertas o de quién posibilitó que hoy estemos ocupando tal o cual posición. Incluso la ingratitud se da en las relaciones de los ciudadanos con el Estado. Véase, si no, el escaso reconocimiento hacia los pensionistas con largas carreras de cotización o la actual desprotección de los servidores públicos encargados de velar por nuestra seguridad.

La ingratitud es una forma de amnesia que nos hace olvidar el altruismo de aquellos que nos beneficiaron; los gestos de cariño de los que estuvieron a nuestro lado, cuando más lo necesitábamos; o el mérito y el esfuerzo desmedido de los que realmente nos ayudaron. La ingratitud, nos llena de egoísmo y soberbia, al considerar que todo ello es algo que merecemos, que no son atenciones generosas sino obligaciones a las que, sin duda, tenemos derecho natural a recibir y, cómo no, de forma prioritaria.

Y por ello, por esa injusta y despreciable ingratitud, somos capaces de pasar de los aplausos a los insultos y agresiones a nuestros sanitarios. Esos, otrora héroes, que de forma precaria, bajo presión extrema, sin apenas medios, extenuados pero absolutamente comprometidos y, desgraciadamente, abandonados por el “orondo papado” responsable máximo del desaguisado sanitario de Cáceres en particular, siguen atendiendo con profesionalidad y empatía, incluso, a los energúmenos y energúmenas que a los sones de “hijos de puta” y “sinvergüenzas”, los tuvieron retenidos las pasadas navidades en el interior del Centro de Salud de Mejostilla, con el consiguiente bochorno de su repercusión nacional.

Como dijo Francisco de Quevedo: “Pocas veces quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe”.