Hoy es Nochebuena, aunque en muchísimos hogares no será una “buena noche”. Como no lo será el día de Navidad, ni el conjunto de las navidades. Demasiadas sillas vacías, demasiados silencios y demasiado sufrimiento. La pandemia y sus terribles consecuencias, lo impondrán así.
¡Quizás! Sea hora de reflexionar. Hora de empezar a pensar, a sentir y a vivir de otra forma la Navidad. Porque Navidad no es una simple fecha a celebrar. Navidad es renacer, es un cambio de lo viejo a lo nuevo, de la tristeza a la alegría, de la disputa a la concordia, de la guerra a la paz. La Navidad nos permite desnudar nuestros corazones, nuestros pensamientos y esperanzas, nuestra fe y nuestros sueños, nuestras intenciones y elecciones.
Navidad es tiempo de solidaridad, de comprensión, de perdón y de reconciliación. De recordar a los que sufren por causa de la marginación, la enfermedad, la pobreza y la soledad. Navidad es tender la mano al desvalido, al desesperado, al solitario, a los arrinconados en la cuneta de la vida. Navidad es acercarse al anciano, al maltratado, a quienes llevan una muerte en vida y con quienes la vida no ha sido amable para llevarles un poco de aliento, de cariño, de motivación y de esperanza.
Navidad es el recuerdo de nuestros abuelos, el regreso al hogar entrañable, el abrazo de familia, la vela encendida y el llanto por los ausentes; las largas sobremesas junto a la leña quemada, el olor mágico a puchero, el sorbito de anís de la abuela, el sabor de mantecados y turrones y el sonido de aquellos cantos viejos que el abuelo siempre convertía en cantos nuevos.
Navidad es convertir cada deseo en flor, cada dolor en estrella, cada lágrima en sonrisa y cada sufrimiento en consuelo. Navidad es también alejar de nosotros al Herodes moderno, aquél que alimentamos con nuestro silencio ignominioso, mientras él condena en vida a millones de niños. En definitiva, Navidad es un tiempo para repensar nuestra vida.