El artículo 6 de nuestra Constitución, tan citada, aclamada y la vez denostada por todos, establece en su último punto que: “la estructura interna y el funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos”. Algo que, en una democracia participativa, parece obvio, si realmente quieren ser el instrumento fundamental para la participación política.
El problema empieza cuando los partidos dejan de ser “un medio”, para convertirse en “un fin”. A ello favorece su organización en forma de estructura piramidal, donde las decisiones de los de arriba, generalmente unos cuántos, prevalecen sobre la voluntad de los de abajo, generalmente todos los demás. Es lo que se conoce como “el aparado del partido”. Y ante sus autoritarias resoluciones, sólo quedan dos posiciones: la sumisión a sus decisiones y escalar dentro del entramado organizativo, o rebelarse ante ellas, con el consiguiente peligro de defenestración que ello conlleva.
En Extremadura, el PP no fijará fecha para su congreso regional, hasta que no se calme la situación a nivel nacional, según ha manifestado su presidente Monago. Por otro lado, “Génova, o sea, el aparato” quiere una candidatura de consenso para evitar unas primarias que confronten a los dos candidatos cacereños que hasta el momento optan a la presidencia. Consenso, es decir: la renuncia de uno a favor del otro que, generalmente, suele ser el que ha decidido el “aparato”.
Consensuar para evitar heridas, como dice Génova que conlleva unas primarias, significa también coartar la libertad y el derecho de todo militante a optar a cargos de representación, a exponer y confrontar ideas y modelos entre candidatos; y a darle la palabra al militante de base, para que pueda expresar libremente su opinión mediante su voto. Por otro lado, “el aparato”, pierde una magnífica oportunidad de demostrar su funcionamiento democrático, al no posibilitar la participación en igualdad de concurrencia y confirmando que, efectivamente, los partidos se convierten en un fin en sí mismo y no en un instrumento para la participación política, como así establece el artículo 6 de nuestra Constitución.
Los aparatos de los partidos suelen vivir, generalmente, una realidad paralela y, de vez en cuando, hace falta rebelarse contra ellos para sacudir las alfombras.
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