Hace ya algún tiempo que las acciones y actitudes de muchos políticos parecen dirigidas a desmontar los valores humanos que, por veraces, han regido eficazmente cualquier tipo de convivencia entre personas. Unas veces, porque se han mal considerado vestigios de un tiempo o régimen pasado; otras, porque su enseñanza o cumplimiento exigía un principio de autoridad ya fuera familiar, escolar o funcionarial que no parecía encajar con sus creencias ideológicas; y, en muchos casos, porque ellos mismos los veían incompatibles con su propio comportamiento político y personal.
Así, valores como: honestidad, honradez, responsabilidad, respeto, compromiso, compasión, disciplina, justicia, bondad, lealtad, gratitud, empatía, tolerancia, esfuerzo, integridad, humildad, generosidad, perseverancia, sinceridad y un largo etcétera, parecen ir decayendo sin solución de continuidad.
Esta pérdida de valores ha dado paso a otro tipo de conductas que, sin generalizar porque sería injusto, muchas están derivando en comportamientos incívicos y vandálicos. Desde luego que en nada han ayudado la incorporación a nuestra legislación de leyes laxas e incomprensibles, donde padres y educadores se sienten totalmente desprotegidos; donde la edad tiene patente de corso para según qué cosas; donde las conductas incívicas se enmascaran bajo derechos de libertades que prevalecen sobre los derechos de las víctimas; o, incluso, donde dichas conductas se permiten y se alientan desde el poder establecido.
Cáceres, de momento, está considerada como una ciudad tranquila, pero ya está empezando a sufrir este tipo de conductas destructivas. Y haríamos bien si, en vez de tildarlas de hechos aislados propios de “imberbes imbéciles”, intentáramos atajarlas con la contundencia que las benévolas leyes nos permitan, en aras a no poner en peligro la convivencia de los ciudadanos. Y no sólo por los cuantiosos daños materiales que esta agresión, generalmente grupal, voluntaria y gratuita ocasiona, sino porque hemos visto cómo en otras poblaciones, el inicial vandalismo impune sobre las cosas, acaba derivando en altas dosis de violencia sobre las personas, con las consecuencias fatales conocidas.
Siempre será mejor adelantarse a los acontecimientos, que limitarse a reaccionar ante ellos sufriendo sus nefastas consecuencias.
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