Ayer celebramos el día de los Santos Inocentes. La conmemoración de los hechos sucedidos a principios de la Era Cristiana, supongo conocidos por todos, y protagonizados, según se recoge en el relato bíblico del Evangelio de San Mateo, por Herodes I el Grande.
Es cierto que puede haber dudas sobre la veracidad de los hechos, (ningún historiador de la época los menciona) en base al antiguo principio “testis unus testis nullus”, o lo que es lo mismo: “un sólo testimonio no sirve”; y que, incluso, se hubiera exagerado sobre el número real de inocentes, teniendo en cuenta la población existente en aquella época, en la pequeña localidad de Belén. En cualquier caso, estaríamos ante un pasaje cargado de simbolismo. Y, si se quiere, ante una alegoría de la mesianidad regia de Jesús a la que se opondrían los poderes terrenales.
Desgraciadamente, la cruda realidad se impone y se encarga de superar con creces cualquier supuesta “ficción”, multiplicando exponencialmente sus trágicas consecuencias. Hoy, siguen existiendo Herodes modernos (en mayor proporción, si cabe) empeñados en sesgar el futuro de niños y jóvenes. Desalmados Herodes contemporáneos, ávidos de poder, que impiden que para otros brille la estrella de la esperanza. Y siguen existiendo multitud de Santos Inocentes que sufren las consecuencias del mal: bebés, objeto de mercado; niños convertidos en escudos humanos o reclutados como soldados en guerras inútiles e interminables; Santos Inocentes sometidos a esclavitud sexual y laboral, víctimas de maltratos físicos y emocionales. Santos Inocentes a quienes la vida borró la sonrisa de su cara, cambiándola por llanto, por dolor, por miedo. También por muerte. Santos Inocentes que privados de sus propios sueños, son obligados a emprender un viaje, su viaje, a ninguna parte.
Desgraciadamente, la cruda realidad se impone y se encarga de superar con creces cualquier supuesta “ficción”, multiplicando exponencialmente sus trágicas consecuencias. Hoy, siguen existiendo Herodes modernos (en mayor proporción, si cabe) empeñados en sesgar el futuro de niños y jóvenes. Desalmados Herodes contemporáneos, ávidos de poder, que impiden que para otros brille la estrella de la esperanza. Y siguen existiendo multitud de Santos Inocentes que sufren las consecuencias del mal: bebés, objeto de mercado; niños convertidos en escudos humanos o reclutados como soldados en guerras inútiles e interminables; Santos Inocentes sometidos a esclavitud sexual y laboral, víctimas de maltratos físicos y emocionales. Santos Inocentes a quienes la vida borró la sonrisa de su cara, cambiándola por llanto, por dolor, por miedo. También por muerte. Santos Inocentes que privados de sus propios sueños, son obligados a emprender un viaje, su viaje, a ninguna parte.
Esta es la fiesta que deberíamos de celebrar. Reconocer el gran fallo moral de nuestro tiempo, nuestra falta de humanidad. Y gritar por ellos. Y darles por fin voz y esperanza, a esos benditos y “reales” Santos Inocentes.
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